“Romance de la Guardia
Civil Española” –
Federico García Lorca.
Fotografía: federicogarcialorca.net |
Publicado por primera vez en la Revista de Occidente en el año 1928, el Romancero gitano consagró al poeta
andaluz al tiempo que apesadumbraban su imagen de poeta andalucista y leyenda
del gitanismo. Escritos, sin embargo, durante 1924 y los tres años posteriores,
los poemas insertos en el Romancero
eran anteriores –como muchas de las construcciones poéticas de Lorca-,
habiéndolos recitado él mismo en ámbitos más íntimos. Nacido del fruto del
segundo matrimonio de Federico García Rodríguez, hacendado, y Vicenta Lorca
Romero, profesora, Federico García Lorca acusó un incipiente y productivo gusto
por la música y la literatura. Una pasión que afloró en 1914, en su etapa de
juventud, y explotó a partir de 1919, durante su estancia en la Residencia de
Estudiantes de Madrid y que seguiría marcando su vida hasta 1936, fecha de su
fusilamiento.
De entre su obra completa destacan,
además de su extenso epistolario, La casa
de Bernarda Alba y Yerma, fruto
de su interés por el género teatral, del cual formó parte montando su propia
compañía y, mientras que no destacó por su producción prosaica, su poesía forma
parte de la historia de la literatura hispánica y universal. Poema de cante jondo o Poeta en Nueva York son colecciones
poéticas archiconocidas y estudiadas de Lorca, junto a su Romancero gitano, del cual se extrae Romance de la Guardia Civil Española para su análisis.
Dedicado al editor de la revista Versos y prosa, Juan Guerrero, “cónsul general de la poesía”, que la
elaboración del Romancero gitano se
sitúe contextualmente entre los años 1924 y 1927 es un hecho de gran
relevancia, pues la Guardia Civil estaba al servicio del dictador Primo de
Rivera y, como puede leerse en el romance
que su nombre lleva, emula la figura de la autoridad suprema de la segunda
década del siglo XX como pudieran haber sido los centuriones romanos del antiguo
Imperio. Lorca enfoca una situación muy cercana a él, coetánea tanto temporal como
geográficamente, en la Andalucía de la que la etnia gitana es utilizada -y
mitificada- a modo de ejemplo de la población bética. Puede observarse dicha
mitificación desde el verso “O ciudad de
los gitanos”, que no se presenta como un imaginable para el lector barrio
de chabolas, sino como la que podría ser una ciudadela engalanada con banderas “en las esquinas […]”, con “Estandartes y faroles” que “invaden las azoteas”.
Las imágenes contenidas en el romance
evocan la oscuridad de los integrantes de la Benemérita, desprovista, como el
propio Lorca admitió, de un tono peyorativo, sino con trazas de ese carácter
antagónico a las “verdes luces” de
esa “Ciudad de fiesta” que “multiplicaba sus puertas”, en la que se
insertan los personajes bíblicos –y por qué no, mitológicos- de “La virgen y San José” con Pedro Domecq
y tres sultanes de Persia. Ciudad en la que los guardia civiles, acostumbrados
a ir por parejas incluso en nuestro tiempo, “avanzan[do]
dos de fondo” como avanzadilla, para,
en la séptima copla, irrumpir,
entrando “a saco” con un regimiento
de a cuarenta.
Fotografía: fotolog.com |
La apoteósica limpieza étnica que en el décimo quinto romance se encuentra actúa
de punto y final al conflicto entre los gitanos y las fuerzas de la autoridad
del primer tercio del siglo XX, rasgo general que caracteriza casi la totalidad
de la estructura del Romancero gitano.
Para ello, Lorca provee la narración lírica del poema con los símbolos que
marcan el lenguaje propio del poeta. Agua, elementos metálicos, fauna diversa,
los espejos, la luna y algunos otros que se analizan a continuación.
El primero de ellos, agua, contienen una significación simbólica positiva en la poesía
lorquiana. El contraste en el paralelismo “Agua
y sombra, sombra y agua” (v. 55) demuestra la intención del poeta por
enfrentar vida y muerte en “Jerez de la
Frontera”. Del mismo modo, aludiendo a los dos colectivos protagonistas
(gitanos y guardias civiles), destaca el juego de colores y sombras que
simbolizan ambos contingentes. Los primeros, al igual que su ciudad, bañados en
“verdes luces” –como ya hemos
apuntado con anterioridad-, y el negro de caballos, herraduras, el “alma de charol” de la Benemérita, “silencios de goma oscura” (v. 11), el “Doble nocturno de tela” (v. 70) de la
pareja que entra primera por la ciudad, y el negror de la noche en la que se
llevan a cabo su invasión, acabada tras la “pólvora
negra”. Herraduras que, además, forman parte del elenco de motivos
metálicos de la simbología lorquiana, y entrañan la violencia de las muertes
que en el romance aparecen. Calaveras de plomo, “Los sables [que] cortan las
brisas / que los cascos atropellan” (vv. 83-84), las tijeras que forman
remolinos en el ataque a los gitanos son los elementos más destacados a este
respecto.
Por otro lado, los caballos son parte importante tanto de la poesía general de Lorca
como de la particularidad de este romance. Especial atención hay que prestar a
la caracterización de los equinos, pues forman parte, a su vez, de los rasgos
que acompañan a los dos frentes enfrentados en la contienda. Siempre negros,
oscuros, o inferidos en los cascos del
verso ochenta y cuatro al tratarse de la Guardia Civil, y malheridos o dormidos
en el caso contrario. La luna, por su
parte, símbolo también de variable interpretación, aparece en los versos
diecinueve, cuarenta y nueve –con clara alusión a la vida traída por la cigüeña-, y el verso final, en el que
su consideración juega entorno a ese “Juego
de luna y arena”, que evoca al resultado del paso de la muerte por el
poblado gitano durante la noche.
Los espejos
o el viento, motivos muy utilizados
por Lorca en su poesía, están presentes en el romance. Los primeros, sollozan “bailarinas sin caderas”, una imagen que
parece figurar la tremenda violencia con la que el pueblo gitano es masacrado
y, el segundo, que solamente aparece desnudo doblando “la esquina de la sorpresa” (v. 34). Más allá de todos los citados,
se aprecian elementos simbólicos destacados de forma personal como son las torres de canela de una ciudad de dolor y almizcle con la que Lorca parece
contrastar la violencia y la sensualidad, conjuntas, que caracterizan al
poblado y sus habitantes, la “dulzura” con la que se representa la Virgen con
un vestido “de papel de chocolate / con
collares de almendras” (vv. 43-44), la ambición por la lucha, la violencia
y la muerte inferida en ese “[un] rumor
de siemprevivas / [que] invade las
cartucheras” (vv. 67-68) de la Benemérita y, por último, la personificación
torturada de la imaginación en el verso ciento cuatro, “la imaginación se quema”.
Fotografía: musicsense.org |
Formalmente, destacable es el hecho de la
estructuración del romance en lo que podrían considerarse “escenas” –coplas de
diferente envergadura- en las que, de forma lírica, Lorca narra la batalla, a
saber: dieciséis versos de la primera, veinte en la segunda y tercera,
diecinueve la cuarta, dos octavas en las dos coplas siguientes, diecinueve de
nuevo en la séptima, veinticuatro en la octava, y dos cuartetas (posible octava
separada para enfatizar el verso inicial de cada una de ellas y de las octavas
anteriores en lo que podría considerarse un estribillo) finales. Unos hechos
versados en metro heptasílabo con algunas excepciones de métrica octosilábica.
Una estructura que bebe de las fuentes de la tradición literaria popular, desde
la perspectiva culta –pues el poeta fue ducho en conocimientos sobre ambas
tradiciones-, que marcan una musicalidad acompasada, en parte, por la
reiteración del verso inicial de las octavas “O Ciudad de los gitanos”, llevada a los escenarios con dicho
título por el grupo musical Marea, y
editada en homenaje al poeta en su álbum “28.000
puñaladas”.
A modo de conclusión, Lorca utiliza el
romance lírico-narrativo para transportar al lector a la noche en la que la
Benemérita decide irrumpir en un poblado gitano ensalzado a ciudad admirable
tanto como sus habitantes y la etnia gitana por la que el poeta sentía gran
admiración, así como la despertaron Los
negros de Poeta en Nueva York con
el objetivo de contrastar el valor de la primitiva pureza y la libertad –no
sólo creativa, sino natural- con la opresión y la violencia con la que la
autoridad se impone sobre ambas razas.
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