viernes, 7 de febrero de 2014

¡O ciudad de los gitanos!

“Romance de la Guardia Civil Española” – Federico García Lorca.

Fotografía: federicogarcialorca.net

Publicado por primera vez en la Revista de Occidente en el año 1928, el Romancero gitano consagró al poeta andaluz al tiempo que apesadumbraban su imagen de poeta andalucista y leyenda del gitanismo. Escritos, sin embargo, durante 1924 y los tres años posteriores, los poemas insertos en el Romancero eran anteriores –como muchas de las construcciones poéticas de Lorca-, habiéndolos recitado él mismo en ámbitos más íntimos. Nacido del fruto del segundo matrimonio de Federico García Rodríguez, hacendado, y Vicenta Lorca Romero, profesora, Federico García Lorca acusó un incipiente y productivo gusto por la música y la literatura. Una pasión que afloró en 1914, en su etapa de juventud, y explotó a partir de 1919, durante su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid y que seguiría marcando su vida hasta 1936, fecha de su fusilamiento.

De entre su obra completa destacan, además de su extenso epistolario, La casa de Bernarda Alba y Yerma, fruto de su interés por el género teatral, del cual formó parte montando su propia compañía y, mientras que no destacó por su producción prosaica, su poesía forma parte de la historia de la literatura hispánica y universal. Poema de cante jondo o Poeta en Nueva York son colecciones poéticas archiconocidas y estudiadas de Lorca, junto a su Romancero gitano, del cual se extrae Romance de la Guardia Civil Española para su análisis.

Dedicado al editor de la revista Versos y prosa, Juan Guerrero, “cónsul general de la poesía”, que la elaboración del Romancero gitano se sitúe contextualmente entre los años 1924 y 1927 es un hecho de gran relevancia, pues la Guardia Civil estaba al servicio del dictador Primo de Rivera y, como puede leerse en el romance que su nombre lleva, emula la figura de la autoridad suprema de la segunda década del siglo XX como pudieran haber sido los centuriones romanos del antiguo Imperio. Lorca enfoca una situación muy cercana a él, coetánea tanto temporal como geográficamente, en la Andalucía de la que la etnia gitana es utilizada -y mitificada- a modo de ejemplo de la población bética. Puede observarse dicha mitificación desde el verso “O ciudad de los gitanos”, que no se presenta como un imaginable para el lector barrio de chabolas, sino como la que podría ser una ciudadela engalanada con banderas “en las esquinas […]”, con “Estandartes y faroles” que “invaden las azoteas”.

Las imágenes contenidas en el romance evocan la oscuridad de los integrantes de la Benemérita, desprovista, como el propio Lorca admitió, de un tono peyorativo, sino con trazas de ese carácter antagónico a las “verdes luces” de esa “Ciudad de fiesta” que “multiplicaba sus puertas”, en la que se insertan los personajes bíblicos –y por qué no, mitológicos- de “La virgen y San José” con Pedro Domecq y tres sultanes de Persia. Ciudad en la que los guardia civiles, acostumbrados a ir por parejas incluso en nuestro tiempo, “avanzan[do] dos de fondo” como avanzadilla, para, en la séptima copla, irrumpir, entrando “a saco” con un regimiento de a cuarenta.

Fotografía: fotolog.com
La apoteósica limpieza étnica que en el décimo quinto romance se encuentra actúa de punto y final al conflicto entre los gitanos y las fuerzas de la autoridad del primer tercio del siglo XX, rasgo general que caracteriza casi la totalidad de la estructura del Romancero gitano. Para ello, Lorca provee la narración lírica del poema con los símbolos que marcan el lenguaje propio del poeta. Agua, elementos metálicos, fauna diversa, los espejos, la luna y algunos otros que se analizan a continuación.

El primero de ellos, agua, contienen una significación simbólica positiva en la poesía lorquiana. El contraste en el paralelismo “Agua y sombra, sombra y agua” (v. 55) demuestra la intención del poeta por enfrentar vida y muerte en “Jerez de la Frontera”. Del mismo modo, aludiendo a los dos colectivos protagonistas (gitanos y guardias civiles), destaca el juego de colores y sombras que simbolizan ambos contingentes. Los primeros, al igual que su ciudad, bañados en “verdes luces” –como ya hemos apuntado con anterioridad-, y el negro de caballos, herraduras, el “alma de charol” de la Benemérita, “silencios de goma oscura” (v. 11), el “Doble nocturno de tela” (v. 70) de la pareja que entra primera por la ciudad, y el negror de la noche en la que se llevan a cabo su invasión, acabada tras la “pólvora negra”. Herraduras que, además, forman parte del elenco de motivos metálicos de la simbología lorquiana, y entrañan la violencia de las muertes que en el romance aparecen. Calaveras de plomo, “Los sables [que] cortan las brisas / que los cascos atropellan” (vv. 83-84), las tijeras que forman remolinos en el ataque a los gitanos son los elementos más destacados a este respecto.

Por otro lado, los caballos son parte importante tanto de la poesía general de Lorca como de la particularidad de este romance. Especial atención hay que prestar a la caracterización de los equinos, pues forman parte, a su vez, de los rasgos que acompañan a los dos frentes enfrentados en la contienda. Siempre negros, oscuros, o inferidos en los cascos del verso ochenta y cuatro al tratarse de la Guardia Civil, y malheridos o dormidos en el caso contrario. La luna, por su parte, símbolo también de variable interpretación, aparece en los versos diecinueve, cuarenta y nueve –con clara alusión a la vida traída por la cigüeña-, y el verso final, en el que su consideración juega entorno a ese “Juego de luna y arena”, que evoca al resultado del paso de la muerte por el poblado gitano durante la noche.

Los espejos o el viento, motivos muy utilizados por Lorca en su poesía, están presentes en el romance. Los primeros, sollozan “bailarinas sin caderas”, una imagen que parece figurar la tremenda violencia con la que el pueblo gitano es masacrado y, el segundo, que solamente aparece desnudo doblando “la esquina de la sorpresa” (v. 34). Más allá de todos los citados, se aprecian elementos simbólicos destacados de forma personal como son las torres de canela de una ciudad de dolor y almizcle con la que Lorca parece contrastar la violencia y la sensualidad, conjuntas, que caracterizan al poblado y sus habitantes, la “dulzura” con la que se representa la Virgen con un vestido “de papel de chocolate / con collares de almendras” (vv. 43-44), la ambición por la lucha, la violencia y la muerte inferida en ese “[un] rumor de siemprevivas / [que] invade las cartucheras” (vv. 67-68) de la Benemérita y, por último, la personificación torturada de la imaginación en el verso ciento cuatro, “la imaginación se quema”.

Fotografía: musicsense.org
Formalmente, destacable es el hecho de la estructuración del romance en lo que podrían considerarse “escenas” –coplas de diferente envergadura- en las que, de forma lírica, Lorca narra la batalla, a saber: dieciséis versos de la primera, veinte en la segunda y tercera, diecinueve la cuarta, dos octavas en las dos coplas siguientes, diecinueve de nuevo en la séptima, veinticuatro en la octava, y dos cuartetas (posible octava separada para enfatizar el verso inicial de cada una de ellas y de las octavas anteriores en lo que podría considerarse un estribillo) finales. Unos hechos versados en metro heptasílabo con algunas excepciones de métrica octosilábica. Una estructura que bebe de las fuentes de la tradición literaria popular, desde la perspectiva culta –pues el poeta fue ducho en conocimientos sobre ambas tradiciones-, que marcan una musicalidad acompasada, en parte, por la reiteración del verso inicial de las octavas “O Ciudad de los gitanos”, llevada a los escenarios con dicho título por el grupo musical Marea, y editada en homenaje al poeta en su álbum “28.000 puñaladas”.


A modo de conclusión, Lorca utiliza el romance lírico-narrativo para transportar al lector a la noche en la que la Benemérita decide irrumpir en un poblado gitano ensalzado a ciudad admirable tanto como sus habitantes y la etnia gitana por la que el poeta sentía gran admiración, así como la despertaron Los negros de Poeta en Nueva York con el objetivo de contrastar el valor de la primitiva pureza y la libertad –no sólo creativa, sino natural- con la opresión y la violencia con la que la autoridad se impone sobre ambas razas.

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