Perfección - Jorge Guillén.
Poema del poeta vallisoletano incluido en
la llamada Generación del 27.
Mientras que su nacimiento, en 1893, lo acerca a Pedro Salinas, con el que compartió
múltiples intereses y, entre otros, su Vocación
–valga la redundancia, pues ambos rotularon uno de sus poemas con el mismo
título con la única diferencia del La
incluido en el de Guillén- por las letras, su poética lo acerca a la generación
de poetas nacida en los últimos años del siglo XIX y primeros del siguiente,
con los mantendría una estrecha relación y a los que ayudaría, una vez acabada
su carrera, tras conocerlos en una visita a la Residencia de Estudiantes de
Madrid.
En 1928 aparece por primera vez en la Revista de Occidente su colección Cántico, a cuyas cuatro ediciones fueron
adhiriéndose poemas con el transcurso de los años: 75 poemas primeros, 125 en
1936 y publicados en Cruz y Raya, -y
ya en el exilio-270 en la edición mexicana de 1945, y 334 en la editada por la
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, en 1950, dividida primeramente en siete
partes a las que se les añadieron dos dedicatorias a forma de prólogo y
epílogo. Una distribución que sufriría diversas modificaciones hasta la última
de las ediciones (i.e la inclusión de poemas como el que nos concierne y Las doce en el reloj en 1936), motivo
por el cual puede suponerse que Guillén pasó más de veinte años –a los que se
les suma la producción previa a la publicación- trabajando en su colección
poética.
perfección
Queda curvo el firmamento,
Compacto azul, sobre el día.
Es el redondeamiento
Del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
Central sin querer, la rosa,
A un sol en cénit sujeta.
Y tanto se da el presente
Que el pie caminante siente
La integridad del planeta.
Fotografía: relatosdeunacamara.blogspot.com.es |
Gómez Yebra apunta que el mediodía,
momento en el que el Sol reposa paralelo a la Tierra, en el centro del cielo,
inspira la perfección para Jorge Guillén. Havard, al que Gómez Yebra alude en
su Introducción para la mejor
comprensión del poeta, amplia este breve apunte con una explicación centrada en
la relación de los poemas Las doce en el
reloj y Perfección con el
concepto de claridad de Ortega y, tan
solo en el que centra la atención de este comentario, con la “culmination of conceptual structuring”,
la dimensión de profundidad de filósofo perspectivista inferida en las formas
circulares del “curvo firmamento”, el
“redondeamiento / del esplendor”, la “cúpula”, “el Sol” y el “planeta”,
y las bases de la “circumstantial
plenitude” a la que llega el observador en el momento de quietud en el que se
detiene a admirar la perfección de un entorno que completa la del poeta (Havard
1986:48-49-50).
La metafísica inferida en el poema deja
al lector la posibilidad de encontrar su propia visión sobre el poema, en el que una lectura superficial puede
dibujar una imagen idílica e idealizada de la simple observación de una rosa en
un día soleado. Deteniéndose –de nuevo otra redundancia- a profundizar en la
clave del poema, es en la rosa donde se descubre el sujeto del conjunto, siendo
la progresiva causa de la detención, la observación, la admiración y consecución
de la perfección del paisaje que se transmite a través del objeto (planta-flor)
que no deja de ser. La situación del Sol “en
[su] cénit”, del que las plantas,
y la rosa, como tal, ansían tocar al ir creciendo, ayuda a enfocar la imagen en
un punto fijo. Una imaginaria fotografía
nítida en la imagen del lector en el que Sol y rosa se convierten en uno solo
del que la perfecta belleza convierte en perfecta la existencia de yo poético.
En referencia a los formalismos que en Perfección pueden encontrarse, si se
procede a un análisis de elementos menores a mayores, descubriremos, en primer
lugar, la métrica de la versificación junto a su rima, el esquema estrófico que
conforman los diez versos, el tipo de copla
a la que pertenecen y una serie de consideraciones a tener en cuenta. Así, los
versos están formados por un metro octosílabico de rima consonante. Los diez
versos de arte menor siguen un esquema de cinco rimas distintas, ababccdeed, separable
en dos grupos estróficos formando una redondilla cruzada en los cuatro primeros
versos (abab), seguido de una sextilla (ccdeed). De esta manera puede
concluirse que Perfección es una
construcción poética en forma de una décima
antigua, tal y como reza en el Diccionario
de métrica española. No es de extrañar el uso de la
décima en la poesía de Jorge Guillén, pues era un gran admirador de las
métricas tradicionales, pese a estar, en su época, en desuso por la producción
del verso libre, desestancado (vid. Pedraza 410). Por ello, puede encontrarse
en su poesía una multitud de variantes respecto a las combinaciones estróficas
dominadas con gran maestría como, en este caso, la décima antigua de versos
octosílabos de la que hace gala en Perfección.
Por tanto, la elección del poema creemos
fue la acertada, ya que contiene, más allá del alcance de la perfección del yo poético a través de la observación
detenida de un objeto determinado en relación con su entorno, del que ese mismo
yo forma parte, una parte de esos
recursos formales de tradición lírica culta como lo es la producción de coplas
de una métrica octosilábica de rima consonántica; de un esquema que la define
como la décima antigua a la que hechos hecho alusión; de un gusto compartido
–pese a que también podamos encontrar ejemplos de una versificación no tan
estancada- con Jorge Guillén.
Natural de la capital española en 1891 y
licenciado en derecho y filosofía, Pedro Salinas dedicó su vida a la enseñanza
en las universidades de La Sorbona (París), en la Universidad de Sevilla, donde
obtuvo la cátedra de literatura, en Cambridge como visitante en los dos años
anteriores a la publicación de “Presagios”,
o en la Wellesley College of Massachussets, entre
otras, durante el exilio a Estados Unidos y del que no volvería a España, pues
el cáncer acabó con su vida estando en Boston en 1951. De una producción
poética tardía pero abundante durante la década de los años veinte y treinta,
pues su primer libro, ya citado, vio la luz en 1924 y publicaría Seguro azar, en 1929, y Fábula y Signo dos años después, se
extrae Vocación del segundo de ellos
para su análisis.
Salinas ha sido apodado como el poeta del
amor del 27 por su producción poética amorosa. Sin embargo, el poema escogido
pertenece a su etapa anterior, la temprana, y de la que se destacó por su
preocupación tanto por el tiempo como por el género poético atendiendo a su
interés por la poesía pura, la cual dominará, en gran medida, por el uso de un
lenguaje natural en la que es, en la primera de las tres etapas en las que se
divide su poética, su consagración como observador de la realidad desde la
intimidad de su pensamiento, otorgando así un valor y sentido humano a los
objetos que observa y representa con un apego por el mundo que le rodea
aparentemente intrascendente. La importancia de sus versos, no obstante, reside
en el afecto subyacente tras las apariencias con un método de observación,
reflexión, interpretación y versificación humanizada que Jorge Guillén apuntó
en su prólogo al conjunto de las tres primeras obras del poeta en Poesías completas, en el que, además,
aludió a ese “mundo tembloroso,
incompleto” por el que Salinas se inclinaba para humanizar esa realidad
espiritualizada por el azar desde su
propia perspectiva. (Prólogo de Jorge
Guillén. Díez de Revenga 1991: 75)
Muy importante es, sin duda, la figura de
su gran amigo Guillén, parte también de la Generación
del 27, al que parece dirigir la redacción de este poema por las
diferencias en el modus operandi a la
hora de versar la observación de los objetos y la perspectiva de la realidad y
la manera de elaborar sus poemas. Prueba de las diferencias destacadas entrambos es la cita que Guillén anuncia
en su Prólogo a Poesías completas que
resume el concepto de que “ni la rosa
natural ni la artificial [inspira(n) confianza al poeta]: las dos son reales”. Con ello, quiere demostrar la capacidad de
observar, interpretar y representar igualmente válidas, aunque distintas, de
Guillén y Salinas.
La validez de la hipótesis presentada
referente al contraste de perspectivas entre autores y amigos se encuentra,
profundizando en el análisis del Vocación,
desde el primero de los versos en que se dividen, en la edición de Espasa
Calpe, la primera y la tercera estrofa, de una envergadura mayor que las pares.
Contrastan, así, “Abrir los ojos. Y ver”
y “Cerrar los ojos y ver”. Una
estructura paralelística en la que Salinas enmarca la visión de la realidad por
parte de Jorge Guillén y la suya propia. La del vallisoletano, caracterizada por
la observación in situ de una escena
representada por “Secretas medidas [que] rigen” sus primeros poemas “Mira[ndo], / y nada más que mira[ndo] /
la belleza rematada / que ya no [le]
necesita”. Es decir, un empleo de la observación de un “mundo […] completo”
teñido por la claridad de “la luz clara
del día” de forma sobradamente fiel. La suya, centrada, sin embargo, en ese
“mundo sin acabar”, “sin
luz, sin gracia, sin orden” que le llama, “necesitado”, para que “[…] cualquiera
/ [le] ponga lo que falta / que le dé
la perfección”. Un mundo en el que el yo
poético, atribuido a sí por sí, escoge “el
otro [camino]”, cerrar los ojos y
completar el “será o […] no
será” de un mundo “de masas torpes, planos
sordos”.
Formalmente, además de contrastar
respecto a su visión como se puede apreciar, ambos diferían en el uso de una
métrica tradicional, como puede verse en Perfección,
a la que se hace alusión en el poema, y poema, a la vez, de Jorge Guillén, versado
con una décima antigua.
Guillén, por su parte, utilizó métricas
tradicionales, mientras Salinas optaba por la libertad del verso, aunque de su
base fluyera de fuentes anteriores de las que, con gran predilección, escogería
los versos cortos, heptasílabos u octosílabos en sus primeras producciones
prescindiendo de la rima compacta, sin eludir la asonancia en ellos. El verso
predominante en Vocación es el
heptasílabo, pero la amplitud de la libertad de versificación hace que puedan
fluctuar hacia los octosílabos o, incluso, algún verso de nueve sílabas, además
de los dos tetrasílabos de los versos finales del poema, que
le dan, además de la pausa necesaria para el énfasis en la manera de versar de
Salinas, una musicalidad característica que rasga la similitud a la lenta
llegada del sueño, de donde el poeta extrae las “piezas” del incompleto mundo
al que hace referencia.
En definitiva, nos encontramos ante un
poema del que, a modo de anécdota, encontramos tres versiones en las que
aparecían todos los versos unidos en una isma estrofa; separados en dos,
diferenciando entre el “Abrir” y el “Cerrar” de los ojos de los dos poetas;
y en cuatro estrofas de diversa longitud en tres de las publicaciones
consultadas para el comentario, y que consideramos clave en la producción de
Pedro Salinas no por el profundo contenido –por el que no destacó precisamente
en sus obras primerizas- o por la compleja simbología que pudiera verse en las
construcciones de sus colegas poetas coetáneos estudiados, sino por la
capacidad de evocar sin la métrica fija a la que estamos (mal)acostumbrados,
sino fluctuante y, sin embargo, sin dejar de lado la asonancia en sus rimas, aunque
sin una versificación establecida, libre, además de la admiración –subjetiva y
saliniana- por la posibilidad de llegar a la perfección tanto por los medios
que utilizaba Jorge Guillén y la suya propia aceptando sin devaluar la variedad
y diferencia estilística entre ambos para llegar a un mismo fin, el arte en la
poesía.
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